miércoles, 1 de septiembre de 2010

Oír y escuchar, no son cosas de todos los días.


En nuestro hogar siempre buscamos nuevas formas de contar historias, jugar y hasta de hablar.
-Rapunzel, en lo alto de su torre, no puede escuchar bien al príncipe, cuando este grita: “!Rapunzel, suéltate el pelo!; entonces ella hurga entre sus cosas, encuentra un velo y se lo lanza.

O por ejemplo: Cenicienta no pudo escuchar las campanadas del reloj a media noche y por esto se rompió el hechizo; y  Blanca Nieves, en casa de los enanos no escuchó el golpe de la puerta, lo cual es mejor por que así no puede entrar la reina malvada disfrazada de viejita ofreciéndole la manzana envenenada.

A todos nos encantan esas historias, y sobre todo disfrutan toda mi dramatización y mi narrativa. Pero más Alejandra, ella tiene lo que se considera una discapacidad auditiva. Nació sorda, y hoy escucha bien a través de implante coclear, por esto hacemos que los percances auditivos que suceden en los cuentos no le sean ajenos.
 Les fascinan a ambas las historias de princesas que superan obstáculos, y encuentran al bello príncipe (en especial el momento del beso, que dramatizo con papá). Ambas son muy especiales.
Nuestra casa es igual o más ruidosa que las demás. Paula habla con un volumen por encima de lo normal, y cuando ven la tele o están con sus juegos electrónicos siempre lo “suben “mas.
A veces parece como si la sala estuviera en movimiento. Cuando suena el teléfono, a veces tengo que tomar la llamada y pedir permiso para empezar a bajar todo, pues es imposible saber al instante quien es y que dice.

Hace ya algún tiempo, recibí una llamada a mi celular y tuve que irme a la habitación para poder hablar con claridad, pero ellas se percataron y fueron tras de mi a trasladar el desorden a mi habitación, casi no podía oír mi voz cuando le hablaba a la mamá que estaba al otro lado del teléfono. Me había llamado dicha madre por que sabia de toda la historia que habíamos vivido con Alejandra. De nuestros procesos, de nuestro progreso, y también de nuestra fortaleza para poder enfrentar aquel duro diagnóstico de una sordera profunda bilateral, dada a nuestra hija de 11 meses. Su bebe había nacido sorda. Hablamos de muchas cosas, de sistemas de aprendizaje, de terapias, de escuelas, y ayuda en casa; pero sobre todo recibió el consuelo de una madre amiga.
Cuando colgué el teléfono, las niñas automáticamente quisieron saber quien era y por que contaba “nuestra “historia.
Les dije: es un madre, a quien no conozco pero alguien que sabe de nuestro caso, le dio mis datos para que yo la orientara con relación a su bebe que nació sorda. Paula asintió con la cabeza pues es mayor y maneja el tema, y volvió  a lo suyo.
Alejandra, como aun no maneja conceptos tan densos, volvió a preguntarme pues no entendió lo que le había contado a su hermana.
-¿Mamá, que fue?
-Amor, hay una bebe, que es sorda como tu, no escucha y su mamá quiso hablar conmigo.
-¿Que es eso? Me preguntó Alejandra.
-No escucha como tu, cuando no tienes tu aparato.
-¿Alejandra no “cucha”?
-No amor, ves cuando no tienes el aparato no puedes escuchar, ella esta así pero todo el tiempo (con señas le explico) no escucha!
- ¡Ah , Alejandra "no cucha" podte fe fue la luz!  OK!

 Me quede inmóvil, incrédula, sin saber que decirle. Me di cuenta del regalo que me estaba dando ella a mí: su identidad no tiene nada que ver con su sordera. Mis plegarias y nuestro esfuerzo de padres y de familia de convertirla en un ente integrado y sin distinción, estaba trabajando; pero del modo que yo no veía, tal vez no en los demás, pero si en ella. Alejandra se ve a si misma como una niña, así de sencillo. Como una princesa vencedora de obstáculos….y nada más.


Raquel Cabrera

Nota al margen: Las frases que parecen mal escritas, es la forma  real como pronuncia Alejandra esas palabras.