jueves, 3 de septiembre de 2009

Rompe tu cadena de dolor...


Hace algún tiempo recibí por mail una información sobre le mejoramiento de las relaciones interfamiliares; el titulo: “Toca el Futuro; aprendizaje de las relaciones óptimas para niños y adultos”.
Era un archivo bastante denso el cual sustentaba un sólido estudio sobre la importancia del vinculo madre-hijo para el desarrollo cerebral y emocional óptimo de los niños. Incluía información de cómo habían conspirado contra esto las modernas prácticas obstétricas a la falta de vínculo madre-bebé, a la falta de amamantamiento por la madre, los modernos servicios de guardería conjuntamente con la violencia que aparece en los medios masivos habría de generar una epidemia de agresividad, depresión, violencia y tendencias suicidas en los niños.

Aunque me sorprendió mucho de lo que allí leí, no estaba ajena a algunos conceptos que se citaban y de hecho estaba de acuerdo con muchas de las teorías; pero de todos modos se activó en mí un sentimiento de culpa materna muy antigua, profunda como abismo.
Me paralicé y decidí no continuar la lectura, abrumada pensando que no había hecho bastante por mis hijas. Me sentí culpable por haber tenido que recurrir a las salas de tareas para dejar a mi pequeña a falta de un cuidado doméstico, me sentí culpable por haber desarrollado una profesión y una familia y romperme en 20 para ser compatible con las dos. Me sentí culpable por no haber llevado a mis hijas junto a mi cuerpo todo el primer año de vida para poder salir a trabajar. Sumida en ese abismo de culpa materna, me cegué ante todo lo bueno que había hecho.

Me pregunté entonces, ¿Qué me pasa?, ¿Por qué me siento tan mal conmigo misma como madre, si sé a todas luces que he sido como pocas; sacrificada, siempre presente en todas y cada una de sus necesidades?
Y fue entonces cuando hice la conexión. No me gustaba la reacción que mi hija PRE adolescente está asumiendo ante muchas cosas, pero en lugar de dejarla entender que es responsable de sus acciones y lo será siempre en el futuro, suponía que todo sucedía por mi culpa, un reflejo de mis propias acciones y tal vez una manifestación de carencias que estaban emergiendo por mis faltas como madre.

Culpar a nuestra madre por sus defectos (y por consiguiente los nuestros) ó sentirnos culpables por nuestros fallos como madres, son maneras seguras de continuar con la modalidad de víctimas como mujeres, un estado que nos aleja de nuestro poder personal y nos predispone para la enfermedad y los fracasos.
Aunque es debido ser sinceras con nosotras mismas acerca de nuestra infancia, aunque hemos de reconocer en que no hemos acertado, no nos sirve de nada continuar estancadas en el sentimiento de culpa, y no solo por lo que creemos que no hacemos, sino también por lo que entendemos que no recibimos como hijas (como entiendo es mi caso).
En lugar de eso, tenemos que aprender a continuar nuestro camino consciente, con los ojos y el corazón abiertos. Al margen de cómo nos amó o crío nuestra madre y finalmente debemos interiorizar y aprender las habilidades necesarias para amarnos y cuidarnos del mejor modo.

Si tienes una hija, el trabajo que hagas para hacer las paces con tu madre y tu historia relativa a su atención y cuidados será el mejor legado de salud y curación que puedas transmitirle. Y si no tienes hijas o no piensas tenerla, debes saber que, sanando tu relación con el modo en que fuiste criada y sustentada por tu madre, serás para los hombres y mujeres de todas partes una rareza: una mujer sana que ha hecho las paces con su pasado y desea con ilusión crear para sí un futuro mucho mejor. En mis propias palabras: ¡Una verdadera Princesa!